domingo, 5 de octubre de 2014

Amor obsesivo.




María y Juan se conocieron hace 3 años, dicen que fue amor a primera vista y desde que empezaron su relación apenas se separaron. Él le decía que la amaría siempre y que quería que pasaran juntos el máximo tiempo posible y tal era su insistencia que ella empezó a ver cada vez menos a sus amigos, comenzó a faltar a clase y poco a poco fue distanciándose de su familia, todo ello para pasar más tiempo con él.

Como Juan siempre había sido una persona bastante solitaria no tuvo que renunciar a grandes cosas para pasar más tiempo con María, pero ella renunció a demasiadas, se quedó sin amigos y empezó a irle muy mal en los estudios. Su familia estaba muy preocupada por ella, pero María no les escuchaba.

Dicen que el amor es ciego y cegada estaba María por su amor hacia Juan, pero fue pasando el tiempo, en el cual ella había hecho ya demasiadas concesiones, cuando se dio cuenta de que quizás se estuviera equivocando y que, probablemente, su familia tuviera razón. Ella amaba a Juan, desde luego que si, pero empezó a pensar que podría ser compatible estar con él y continuar con el resto de aspectos de su vida, sin embargo, sospechaba que Juan no pensaría de la misma manera.

María le dijo a Juan que le amaba más que a su vida, pero que no se sentía feliz por lo que había ido perdiendo, quería pasar más tiempo con su familia, recuperar a sus amigos y retomar y mejorar en sus estudios. Entonces Juan le dijo que eso no era amor, si realmente le quería renunciaría a todo por él sin importarle nada más que estar siempre juntos. Por más que María trató de hacerle entender que todas esas cosas podían ser compatibles, Juan no lo entendió.

María meditó durante bastante tiempo sobre su relación con Juan y la actitud que éste mostraba, consultó con la gente de su entorno y se sintió comprendida y arropada por ellos en su forma de ver las cosas, así que finalmente tomó la dolorosa decisión de abandonar su relación con él. Pensó que si realmente él la quería, debería dejarle la libertad de tomar sus propias decisiones y de tener su propio espacio y así se lo hizo saber una tarde de domingo.

Juan escuchó todo lo que ella tenía que decirle con gesto impasible y sin responder nada y cuando María terminó de hablar con los ojos llenos de lágrimas y albergando la esperanza de que él la comprendiera e incluso pudieran continuar con su relación, él se marchó sin tan siquiera despedirse.

Al día siguiente, mientras María volvía de clase cuando ya estaba anocheciendo, Juan salió a su encuentro y frenó su camino poniéndose frente a ella, entonces sin pronunciar palabra alguna la miró a los ojos, le puso las manos alrededor del cuello y empezó a apretar, no vaciló ni un solo instante y no paró hasta que ella dejó de respirar. Cuando el cuerpo de María cayó al suelo con una mueca de terror dibujada en cara, él no sintió remordimiento alguno, pensó que el verdadero amor había sido el suyo hacia María, que ella no le había querido realmente y por ello merecía morir, además María le pertenecía, no le podía abandonar sin más porque si ella no era de él, no sería de nadie.



En las relaciones de pareja, como en cualquier otro tipo de relación o situación, la libertad de uno termina donde empieza la del otro, se deben respetar las decisiones y actuaciones de la otra persona y, lógicamente, nadie tiene derecho sobre la vida de nadie. Si quieres a alguien pero la relación se rompe, ¿no deberías dejarle marchar porque le deseas lo mejor, por mucho que duela?

En pleno siglo XXI los casos de violencia de género siguen encabezando demasiadas noticias en los medios de comunicación de todo el mundo, ojalá no pase mucho tiempo para que esta tragedia social se convierta en algo ni meramente anecdótico.

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