miércoles, 10 de septiembre de 2014

Descanso invernal. Un lindo cuento para enseñarle valores a los niños.

Gerald Cigarra era un maestro en el delicado arte de tumbarse y no hacer nada. Normalmente, dormía hasta el mediodía y luego tocaba el violín hasta que llegaba la hora del almuerzo. Gerald siempre tenía tiempo para ir por ahí dando saltos y alternar con los amigos en la pradera, y habitualmente se ofrecía para preparar su combinado favorito, compuesto de ron, nata y crema de menta, que luego compartía con ellos.
Un día de verano, la cigarra vio a una hormiga que estaba llevando un trozo de patata frita varias veces más grande que ella misma. Gerald se acercó y detuvo a la hormiga para entablar conversación.
  • Es impresionante amigo -dijo la cigarra, mientras estiraba sus largas piernas en la mullida pradera-. Debes de estar bien entrenado.
  • No me puedo parar a hablar -gruñó Antoinne, la hormiga-. Debo almacenar comida para el invierno.
La cigarra no le dio vueltas al brusco comportamiento de la hormiga. Sabía por experiencia que la carga de los rencores pesaba demasiado como para poder dar saltos con ella. Y, dando un poderoso salto, prosiguió su búsqueda de diversión estival.
A medida que se aproximaba el final del otoño, los terroríficos petirrojos hicieron las maletas y se fueron a las Bermudas, y Gerald respiró aliviado. Afortunadamente, los petirrojos, tempraneros por naturaleza, nunca le habían echado el guante gracias a que él dormía hasta bien tarde. Pero, por desgracia, la partida de sus depredadores indicaba también la llegada del invierno. Geral inspeccionó sus reservas de alimentos y descubrió que sólo le quedaban unos cuantos tarros medio vacíos de aceitunas y algo de cóctel de cebollas. En años anteriores, Gerald había puesto pies en polvorosa durante el invierno con su amigo J.C., el grillo. J.C. no era un mal tipo, pero tendía a imponerle su propio sentido de la ética. Sin embargo, aquel año, J.C. había empacado su parasol y se había ido a Hollywood, buscando fortuna en la industria de los dibujos animados.
Los vientos soplaban fríos, y Gerald empezó a desesperarse llamando a las puertas de las casas de sus amigos. La mayoría de ellos se había recluido ya para hibernar y no podían escuchar sus súplicas. Ciertamente, aquél fue el invierno de su descontento.
De repente, Gerald se acordó de la corriente continua de deliciosas sobras de comida rápida que la industriosa hormiga había estado llevando a su colonia. Comiéndose el orgullo, lo cual no le llenaba la tripa, la cigarra fue hasta el hormiguero.
La cigarra llamó a la hormiga por el agujero del hormiguero y le explicó su desesperada situación. Antoinne apareció en la entrada de su casa y miró suspicazmente a Gerald. Pensando con rapidez, Gerald se inventó una elaborada historia acerca de una mantis, que él naturalmente supuso que era religiosa, que le había robado todo lo que tenía en su almacén de provisiones para el invierno. La hormiga no se dejó engañar pero, de todas formas, le ofreció generosamente alimento y refugio a la cigarra. Aun con la dieta “imprevista” de la cigarra, a Antoinne le resultó difícil empujarle a través de la pequeña abertura de su casa.
El viejo adagio de “nadie te da de comer gratis” resultó ser cierto: el precio que tuvo que pagar la cigarra fue un interminable sermón que le endosó la hormiga sobre los males de la pereza y sobre las grandes recompensas del trabajo duro y la perseverancia. Aun así, la cigarra quedó impresionada con el tour que le dieron por el hormiguero. Primero, le mostraron la Sala de la Guerra, donde las hormigas del ejército planificaban las estrategias militares. Luego, las hormigas carpinteras le enseñaron con orgullo su taller, pero Gerald se escapó rápidamente cuando se pusieron a cantar una versión a capella de “Cerca de ti”. Incluso se le concedió una audencia con Su Alteza Real, la reina de la colonia.
Sorprendentemente, cuando Antoinne intentó presentar a la cigarra a su propia familia, se equivocó con los nombres de sus tres hijas, Beth, Lana y Sarah, intercambiénsolos entre sí. La esposa de Antoinne, Jean Louise, entornó los ojos y volvió en silencio a la cocina.
Más tarde, la hormiga le explicó a la cigarra que aquello había ocurrido debido a lo mucho que amaba a su familia, puesto que no podía dedicarles demasiado tiempo. Antoinne creía que ése era el deber del cabeza de familia, proporcionar sustento material, y que sus hijas comprenderían cuando fueran mayores su negligente comportamiento respecto a ellas.
Pensando en lo que había dicho la hormiga y en lo desdichada que parecía su familia, la cigarra se quedó mirando la enorme montaña de alimentos que Antoinne había reunido. Fácilmente, habría podido dar de comer con ella a varias generaciones de sus descendientes. Gerald sabía que lo único que podía ofrecerle a la hormiga y a su familia era un buen rato, de modo que les invitó a reunirse a su alrededor mientras frotaba entre sí sus patas traseras, generando así un hermoso sonido melódico. Las niñas bailaron y cantaron, y todos en la familia se divirtieron como nunca lo habían hecho.
Cuando terminó la estación, la cigarra y la hormiga habían llegado a conocerse mucho, habiendo aprendido ambos algunas lecciones valiosas del otro. Gerald aprendió a marcarse metas y a planificar con antelación, y que el trabajo duro puede dar grandes recompensas. Se dio cuenta de que su música era lo que le reportaba alegría de vivir, de modo que practícó y practicó hasta que le aceptaron como primer violinista en la “Campoarmónica” de Nueva York.
Por su parte, su nuevo amigo, Antoinne, aprendió a valorar más a su familia. Descubrió que era mejor pasar el tiempo con su familia a tener una casa más grande y mucha comida, pero con la ausencia de padre y marido. Antoinne se puso a planificar salidas de fin de semana con los suyos, y les enseñó a sus hijas cómo localizar un buen lugar para comer y cómo evitar a los molestos humanos, que llevan la camida en recipientes herméticos. Antoinne aprendió a delegar parte de su papeleo diario en los nuevos Exploradores de Formación, porque por fin se dio cuenta de que lo que de verdad le gustaba era la enseñanza. Siempre le habían gustado los entresijos estratégicos de una misión de exploración bien planeada, pero odiaba las largas horas de caminata, debido a sus dolores de espalda. Y es que él era el más optimista… ¡el que había intentado mover un ficus!.


Sue y Allen Gallehugh

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