sábado, 17 de diciembre de 2016

LOS BOTONES DE MI MADRE


Deshacer la casa de tus padres es el siguiente escalón a enterrarlos, un duro
trago que se hace con una mezcla de ternura, emoción y tristeza infinita.
Es rescatar recuerdos, encontrar pequeños tesoros que no recordabas o que
ni siquiera sabías que existían.
Te sientes como un ladrón abriendo cajones cerrados con llave, como un
intruso que husmea en intimidades ajenas. Encuentras tu propio pasado,
recuerdos de infancia, la tuya, la de tus padres, incluso la de tus abuelos,
mezclados con trazas de tus propios hijos, fotos, dibujos “para la mejor abuela”,
tarjetas…. Podrías pasar días, semanas, quieres terminar de organizarlo pero
también quieres que nunca acabe, que continúe como metáfora de aquel primer
cordón umbilical, como esa última oportunidad de sentir su olor, todavía en
los armarios llenos de sus ropas. En una de esos ratos de lágrimas y de sonrisas,
encontré los botones de mi madre, un enorme regalo para la imaginación y la
reflexión. He pasado dos tardes clasificándolos, mirándolos, casi mimándolos
y al final dejando plasmada su existencia en esta foto como un homenaje a la
mujer excepcional a muchos niveles que fue mi madre. Pero muchos de sus
atributos son comunes a una generación de mujeres, aquellas que fueron niñas
de la guerra y la posguerra pasando hambre y miedo, adolescentes y jóvenes
con una educación limitada (“ser médico es de hombres”), mujeres siempre
a la sombra y tutela primero de padres y luego de maridos (la generación que
ni siquiera podía abrir una cuenta en el banco o tener una propiedad si no era
con un varón) pero excelentes economistas que eran capaces de ahorrar, de
dirigir familias numerosas, fantásticas cocineras, cuidadoras dedicadas, maestras
de vida. Mujeres que individualmente no han hecho historia pero que como
generación trabajaron para levantar un país en ruinas y para que sus hijos
fuéramos mejores y tuviéramos más que ellas
mismas. Unas luchadoras. Los botones de mi madre me han contado muchas
cosas; he encontrado el pasado familiar en formas varias y materiales diversos:
cuero, nácar, metal, madera, plástico….; leo historias en botones de los años 50
que reconozco en una foto amarillenta de mi abuela, los de las trencas infantiles,
ropa de fiesta, de batas de estar en casa, los del uniforme de gala de ingeniero
agrónomo de mi padre, de las camisas de los babis del colegio, botones
minúsculos de ropitas de bebé, botones forrados….hay cientos de botones,
algunos preciosos, otros horribles. Resulta que en mi casa nunca se tiraba un
botón, cuando una prenda se jubilaba, se guardaban los botones y se hacía
trapos con la tela. Un eterno “por si acaso” y un constante
“esto ha costado dinero”. Y en estos cientos de botones leo el salto generacional
e intuyo cómo hemos cambiado y quizás, lo que hemos perdido. Vivimos en una
sociedad de usar y tirar, de “obsolescencia programada”, de reciclar como moda
y no como costumbre, de no apreciar que las cosas cuestan un dinero, cuestan un
trabajo y un esfuerzo; ahora somos de comprar y consumir a marchas forzadas.
Consumistas pertinaces y obsesivos. Vivimos en una sociedad siempre con prisas, descentrada, incapaz de parar a realizar tareas sencillas o poco llamativas, hemos
dejado de encontrar placer en la simplicidad de las cosas, vivimos con un pie en la
virtualidad de las redes sociales. Nuestra atención siempre dividida. Vivimos en
una sociedad en la que la palabra “ahorro” se vio sustituida por la palabra “crédito”
hace tiempo, donde en vez de prever el futuro, reservar por si se necesita, se gasta
por adelantado. No solo no se guardan esos botones sino que se compran botones
sin tener cómo pagarlos. Vivimos en una sociedad con las mujeres completamente incorporadas al mundo laboral, dejando en las casas ese hueco que nadie puede
ni podrá cubrir (y que conste que a feminista no me gana nadie); nuestras madres,
“de profesión: sus labores”, hacían esa función que aunque no reconocida ni pagada
era inmensa y que a veces incluía reciclar botones y otras no faltar ni un solo día a
abrirnos la puerta al volver del cole, o prepararnos la merienda, acudir a las
funciones del colegio, ayudarnos con las tareas de “pre tecnología”, echarnos
mercromina en las rodillas o atendernos con el “tengo sed” de por la noche. Y no,
hay cosas que solo una madre puede hacer como una madre, incluso el padre más
entusiasta y dedicado es un sucedáneo de lujo pero sucedáneo al fin. Y creo que al
menos mi madre no vivía frustrada ni alienada, al revés, sabía que hacía su trabajo
y que lo hacía bien. Ella, que siempre hubo querido ser médico, fue hasta el final,
una madre entregada, buen ejemplo de su generación. Mujer sin mediocridades,
sin ser madre, esposa o profesional a tiempo parcial y sin nunca poder darlo todo.
Y además, de premio, con un poco más de tiempo para arreglarse, organizar cenas
con los amigos o salir de fiesta (eso también me lo dicen también los botones…..).
Las mujeres de ahora, nos hemos liberado….nos hemos liberado…..¿nos hemos
liberado? La bolsa de botones se ríe de mi. Lo que no sé es cuantos botones faltan,
cuantos realmente fueron de utilidad, cuales se injertaron en otra prenda; la bolsa
solo tiene los que nunca llegaron a ver más vida que la foto en la que ahora quedan inmortalizados. Y es que al final, la vida quizás sea solo eso, una enorme bolsa de
botones. PS: Con todo el cariño y agradecimiento a mis hermanas por su tiempo y generosidad. Deshacer una casa y hacerlo bien, es poner un lazo a una familia que
ha sido feliz. Autor desconocido.

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